viernes, 6 de enero de 2012

en el ansia de los sueños.




Apareces, trémula,
allá donde el ansia de los sueños
se disuelve en el rocío que exudan los insomnios.
Eres sombra que se esconde entre las llamas de una hoguera,
fugaz contoneo de anémona en la inmensidad
de una noche con hambre de besos.
Conoces bien los laberintos
y rondas mis sombras como ninfa ebria
de otras trementinas, de otras mieles,
ésas que nunca fueron las nuestras.
Quiero que seas húmeda brisa
que se embadurna entre mis brazos,
pero la voz que te nombra nunca te toca;
desapareces entre los recovecos de mis huellas
cuando sucumbo al abismo de tus silencios;
voraces fauces devoran el olvido
allá donde tus pasos quedos
impregnan de añoradas fragancias
los lugares donde nunca se escucharon nuestras risas.
Hay jardines con escondidos recovecos
donde mis sueños aguardan cada noche
la presencia de tu etérea figura,
esquiva y caprichosa,
mientras recorren las calles susurros
que anidaron en las copas de los tréboles.
Tu ausencia astía los campos,
agosta valles que jamás conocieron serenos vientos,
anega empeños enmohecidos dentro de un baúl,
aguarda, contumaz, al tibio sol de la mañana.
Hebra de vida que se aferra a una historia
jamás vivida, siempre soñada,
lágrimas de cristal pulido que engulle
silencioso el sumidero oscuro.
Y sé que acechas mis pasiones
porque empiedran mi pecho aguijones del alcanfor;
olvidaste rastros de madrugadas perdidas
con finos aromas de silos prohibidos.
Y si despierto ahora es porque sueño
con las revueltas de meridianos imposibles
que conducen hasta tus anaqueles más codiciados,
con la angostura de los desfiladeros
con la calidez de los lechos marinos.
No existen episodios que prolonguen una historia
que germinó raquítica entre dedos de mármol
ni cantos ni odas, ni lánguidos versos
que se deslicen entre las notas de un vals de Brahms.